Un
paciente
con
un
tumor
del
hueso
normalmente
se
queja
de
dolor
y
tiene
un
trastorno
de
la
marcha
o
en
la
función
prensil,
sin
tener
en
cuenta
la
presencia
o
ausencia
de
una
masa
palpable.
Por
contra,
un
paciente
con
un
tumor
del
tejido
blando
normalmente
tiene
una
masa
palpable
que
produce
poco
o
ningún
dolor
y
provoca
mínima
alteración
en
la
función.
Ambos
tipos
de
síntomas
son
la
causa
de
que
el
paciente
consulte
al
médico
que,
a
su
vez,
casi
invariablemente
obtiene
una
radiografía
convencional
de
la
región
en
cuestión.
Esta
radiografía,
cuando
se
correlaciona
con
la
información
clínica,
lleva
a
un
diagnóstico
diferencial
que
es
notablemente
específico
para
el
paciente
con
un
tumor
del
hueso
pero
es
de
importancia
diagnóstica
mínima
para
el
paciente
con
un
tumor
del
tejido
blando.
A
estas
alturas,
por
lo
menos
en
las
manos
de
un
oncólogo
ortopédico
conocedor,
empieza
el
diagnóstico
y
estadiaje
del
proceso.
La estrategia diagnóstica usada para un tumor del hueso depende de la habilidad del médico de hacer un diagnóstico diferencial exacto en base a la información clínica y radiografías simples. El médico debe poder clasificar al paciente como portador de:
un tumor primario benigno del hueso no progresivo o
un tumor primario benigno del hueso progresivo,
un tumor primario maligno del hueso, o
un tumor de hueso metastásico.
Sólo
después
de
la
asignación
a
una
de
estas
cuatro
categorías
puede
afrontar
una
estrategia de
diagnóstico
eficaz.
Si
la
información
clínica
y
radiográfica
favorece
un
diagnóstico
de
tumor
del
hueso
benigno
maligno
o
agresivo,
el
médico
debe referir
al
paciente
a
un
oncólogo
ortopédico
experimentado
sin
realizar
ninguna
prueba
diagnóstica
adicional
o
una
biopsia.
Si
una
masa
del
tejido
blando
es
de
cinco
centímetros
de
diámetro
o
más
grande
en
el
examen
físico,
y
sobre
todo
si
es
profundo
a
la
fascia,
el
paciente
también
debe
enviarse
a
un
oncólogo
ortopédico,
sin
evaluación
adicional
o
biopsia,
debido
a
la
probabilidad
relativamente
alta
que
la
masa
sea
maligna.